sábado, 23 de noviembre de 2013

Zipi y Zape y el club de la canica


Hacer buenas películas para la chiquillería, a una escala inevitablemente pequeña en comparación a la de Hollywood, es un reto nada sencillo que en los últimos tiempos parece asumir nuestro cine. Algo que hubiera sido deseable plantearse internamente mucho antes de que la economía de vacas gordas se quedase en los huesos.

Tampoco hacía falta un análisis muy profundo para poner el interés en ello. Solo darse cuenta de que no puedes garantizar hacia tus películas el cariño de las nuevas generaciones si su hábito de cine durante la infancia se adquiere exclusivamente a través del que te cuela la competencia.  

En fin, lo que importa es que se han puesto con ello, aunque la falta de "tradición" en este tipo de producto se nota bastante en la mayoría de las propuestas, incluso en las más notables. Así, el astronauta de Planet 51, el aprendiz de arqueólogo Tadeo Jones o el aspirante a caballero medieval Justin, pertenecen al universo anglosajón de la aventura infantil y juvenil. 

Su calidad técnica y éxito comercial están fuera de discusión. Solo falta que se asimilen como el primer paso hacia historias con una identidad algo más propia, que puedan agradar al público de cualquier país del mundo sin necesidad de que los protagonistas se llamen Jones o Justin. Pueden llamarse, por ejemplo, Zipi y Zape. Incluso filmarse en carne y hueso.  


No es poco avance: La historia del club de la canica está ya a mitad de camino entre los planteamientos "anglo" de aventura chiquillera y los nuestros. El internado aún es hogwartsiano en su estética, pero tiene motivos argumentalmente fundamentados para serlo. El personal docente remite también, si no a la magia, al maestro tipo de la posguerra británica. Y el director es un malvado que coquetea de forma explícita con la villanía internacional de parche en el ojo, con sus guardianes militarizados y su doberman cabroncete. 

Pero los chavales son otro cantar: basta oír su reacción ante una sentencia versificada y esculpida en piedra ("menuda gilipollez") para darse cuenta de que proceden de algún lugar de España.

Es una lástima que los actores más flojos de la película sean precisamente los que encarnan a Zipi y Zape, porque el resto de la pandilla hace grandes sus interpretaciones y el guión se encarga de darle a cada uno el justo momento de gloria.

Buen trabajo general, para ir terminando. Zipi y Zape se ve con cierta condescendencia al principio y con verdadero agrado en su último tramo, cuando el club encuentra una auténtica misión con carácter... y, sobre todo, canicas.


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