martes, 1 de marzo de 2011

El apartamento


Anoche soñé que volvía a Manderley…


…Y lo que había allí no era una mansión en ruinas sino un apartamento de soltero. El apartamento 2A, sin nombre en la puerta, alquilado por un náufrago que por fin un día vio pisadas en la arena.

Me han dicho que 31.258 personas trabajan aún en la Consolidated Life, una empresa de seguros en la que ese náufrago -C. C. Baxter- ocupaba la mesa 821 acumulando porcentajes en su cabeza sin dejar de ser un tipo listo, astuto y que tiene imaginación. Gracias a ella y a su codiciado apartamento pasaría en tiempo récord de la mesa de tres cifras al puesto de Ayudante de dirección, convirtiéndose en el directivo más joven, después del nieto del director de la Compañía, claro está. Puro sueño americano. Pero como le dijo el señor Sheldrake al despertarle: hay que trabajar durante muchos años para llegar al piso 27 pero bastan 30 segundos para llegar a la calle.

Números, todo números en un mundo rabiosamente similar al nuestro, con su mando a distancia para huir de la soledad y de los anuncios cambiando a otro canal, con sus platos pre-cocinados e individuales, con sus frascos de pastillas para dormir… El New York del oficinista de 1960, cuya ambición profesional se reducía a un despacho propio y una llave para el lavabo de los jefes, aunque mear a su lado no dependiera de la capacidad de trabajo sino de comprarles licor y galletitas de queso que desmigarían sobre sus queridas en el sofá del apartamento de Baxter.

Y es que hace cincuenta años largos, el dios de los cineastas ateos llamado Billy Wilder sabía que, en las Consolidated del primer mundo, a nadie le importaba ya producir otra cosa que datos y confianza con los que aguantar funcionando al sistema y tener las manos libres para ponerlas sobre la ascensorista guapa y vulnerable. Ella misma lo dice al descubrir que ama a un hombre mezquino: Hay víctimas y aprovechados. Es el sino de cada cual y no tiene remedio.

A partir de ahí, nada mejor que aprovechar el apartamento de un subordinado donde evitar escenas o encuentros desagradables que pongan a la esposa en alerta y a la amante en fuga. La mayoría de lo subordinados, en 1960 y ahora, son complacientes cuando se trata de un jefe, o de cinco rifándose tu dignidad por riguroso turno. Hace falta ser de verdad un mensch (es decir, todo un hombre), para plantarse y decir no, aunque sea tarde y por la persona amada. Aunque ella ame al todopoderoso Sheldrake, ese amor le cueste un lavado de estómago y piense que tendría que inventarse una sonda para lavar el corazón.

Jack Lemmon y Shirley McLaine, C. C. Baxter y la señorita Kubelik, tienen que renunciar a sus sueños o, si se quiere, sólo a sus empleos, para dejar de hacer lo que se espera de ellos y mirarse por fin el uno al otro. Lo conseguirán en ese apartamento que va a quedarse vacío, después del champán y dándose cartas, porque la vida consiste precisamente en eso: perder muchas bazas y jugar de nuevo.

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