sábado, 9 de octubre de 2010

Cine desenterrado


A alguno le va a sonar a coña, pero lo cierto es que en esto del cine espectáculo los técnicos españoles tienen un enorme prestigio internacional. Y no es de ahora. Cuando Bronston vino a España a finales de los cincuenta a montarse en Las Matas un Hollywood alternativo y rodó Rey de reyes, El Cid, 55 días en Pekín, La caída del Imperio Romano y El fabuloso mundo del circo, el equipo de técnicos que pudo fichar aquí asombró con su capacidad en todos los terrenos, fotografía, sonido, decorados, maquillaje, producción…

Gracias a ellos rodó Kubrick las complejas escenas de batalla de Espartaco en la sierra de Madrid, resueltas con la habilidad técnica y logística que aportaba gente como Eduardo García Maroto (antes director adjunto de Alejandro Magno de Rossen o jefe de producción en grandes epopeyas históricas de la época, como Salomón y la reina de Saba –en la que falleció Tyrone Power-, u Orgullo y pasión con Cary Grant y Sinatra). Como Tedy Villalba, que sería ayudante de producción para David Lean, Anthony Mann, John Houston, Robert Rossen, King Vidor, Stanley Kramer u Orson Welles en títulos como Mister Arkadin, Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago, Moby Dick, Camelot, Ricardo III… Como José López Rodero, fichado para películas como Papillón o Cleopatra y curtido con directores como el propio Kubrick, Nicholas Ray, Franklin Schaffner o David Lynch. Como Julio Sempere (55 días en Pekín, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, Rey de Reyes, Espartaco, La muerte tenía un precio, Patton), Julián Mateos (con el tiempo, productor de Los santos inocentes y El viaje a ninguna parte), o Gil Parrondo, ganador de dos Oscars consecutivos a la dirección artística por Nicolás y Alejandra y Patton y tantos Goyas que ya debe haber perdido la cuenta.

Pero podríamos nombrar igualmente al inimitable Carlos Gil, ayudante de dirección o director de segunda unidad para tipos como Steven Spielberg, Michael Mann, Irving Khesner, Burt Kennedy, Richard Fleischer, Luis García Berlanga… O a los maquilladores David Marti y Montse Ribé, Oscar al mejor maquillaje por El laberinto del fauno de Guillermo del Toro. O a los animadores españoles de Pixar y Disney.

Así que no debería sorprender un alarde técnico como el que se despliega en ese extraño y potentísimo proyecto llamado Buried / Enterrado, del gallego Rodrigo Cortés, que se rodó en Barcelona en tres semanas, a tumba abierta (nunca mejor dicho), y con un solo actor que se había apuntado sin saberlo a la experiencia interpretativa de su vida.

Lo que sorprende, como pasó con Celda 211, es la premisa de la que parte, tan poco frecuente en el cine español, que consiste en realizar, o intentarlo dejándose el pellejo, un producto que te pegue a la butaca, con inequívoca vocación comercial, sin rastro de autoría autoconsciente. Una película de narración intensa, a contrarreloj, apabullante de ritmo. Una película que fomenta la ansiedad por verla antes de que los demás lo hagan.

Aunque Cortés va mucho más allá que Monzón, porque consigue todo eso desde una puesta en escena de radicalidad máxima: el único set es un ataúd bajo la arena irakí. Y allí, Ryan Reinolds se dedica a pasarlas y hacérnoslas pasar putas con un mechero, un lápiz, un teléfono móvil y poco más durante 94 minutos de cine en estado puro. Donde los ángulos de cámara originales no publicitan un estilo sino que vienen impuestos por la necesidad de narrar con solvencia lo imposible. Donde los silencios aturdidores no impostan trascendencias existencialistas, sino que transmiten miedo del mejor. Donde la música acelera la emoción o incrementa la sensación de peligro sin ningún sonrojo. Donde el espectador es el rey.

De vez en cuando, suceden por aquí cosas como ésta. El resultado puede dar una gran película o sólo un buen entretenimiento, pero la taquilla responde invariablemente como si le tocaran un resorte. Alguien de la exigua industria española debiera preguntarle a los veteranos que siguen vivos, algunos hasta en activo, para revisar el concepto del espectáculo cinematográfico cuando el 3d empieza a postularse como un extra de interés en esto de ir a la sala de cine.

Porque autores de talento son contados en cualquier país. Pero que crean serlo hay a patadas. Y más les valdría salir de la caja.

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